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viernes, 23 de diciembre de 2011

Relato 6 - Flexos

FLEXOS, de Iván Hernández

Protegía tanto mi cotidianidad que nunca hubiese imaginado esto. Qué tonto se siente uno cuando cada día, durante unos pocos minutos, vive despierto en un sueño. Pensaréis que mi existencia vale poco si con algo tan mínimo consigo evadirme. Pero antes de nada, he de recalcar una cosa: soy feliz. Y pronostico que lo seguiré siendo. He atravesado la barrera de los cincuenta. He vivido la incertidumbre de los diez, el sexo de los veinte, la estabilidad de los treinta, la calvicie de los cuarenta y mis primeras revisiones de próstata; por suerte, todavía es más pequeña que mi cerebro. Tengo una vida a mis espaldas, con sus más y sus menos, con sus problemas multiplicados y mis ingresos divididos entre el tinte de las raíces cuadradas que mi mujer se pone en una peluquería donde cree tener amigas, y los estudios de mis hijos en países que yo cuando era pequeño no sabía ni localizar en una mapa. Una familia ya formada, bien cimentada, alejada de prejuicios, de tabúes. No hay secretos entre mi pareja y yo. Excepto éste. Me he vuelto a ilusionar y no sé por qué.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Fuera de Serie 2011, o ¿dónde está el relato del viernes?

Algunos lectores se nos han acercado preguntando el porqué no hubo relato este pasado viernes y la razón es sencilla y puede que a alguien se le haya escapado. El pasado viernes anunciamos (¡por fin!) la primera hornada de novelas Fuera de Serie y no queríamos desviar la atención. Pero no os preocupéis, este viernes volveremos con otro relato.

A continuación podéis ver las novelas seleccionadas y, pinchando en la imagen, podréis acceder a toda la información sobre ellas.


viernes, 9 de diciembre de 2011

Relato 5 - Intenciones

INTENCIONES, de F.J. Rohs

Yo soy escritor.

Tenlo en cuenta. No lo olvides.

Te quiero engañar, mentir, estafar. Te mostraré mundos irreales y te perderé por ellos. Te llenaré de ansias de volar, de luchar. Sufrirás. Morirás. Trataré de que pierdas la noción del tiempo, olvidarás las horas y pasarás páginas y páginas creyéndote mis historias y viviendo en mis mundos. Pero no, no te confundas, me importa muy poco lo que pienses, sueñes o sientas. Importa lo que escribo y mis intenciones.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Relato 4 - Flores para los muertos


FLORES PARA LOS MUERTOS, de Yolanda Díaz de Tuesta

Para Jorge, era un trabajo sencillo.

La vieja no pagaba mucho, cierto, pero saltar la tapia del cementerio suponía un esfuerzo mínimo y el traslado de las flores, las grandes coronas, los hermosos ramos, no dejaba de ser un agradable paseo. Incluso le permitía sonreír, en el camino de vuelta, a la chica que había empezado a hacer la calle junto a la tasca de Alberto.

Siempre llegaba con las sombras, como si la noche tomara forma en su piel oscura. Era morena, de grandes ojos y largas piernas, líneas cimbreantes que hubieran debido tener mejor destino que el de ser tocadas por toda clase de pieles a cambio de unas pocas monedas. No hablaba su idioma, lo supo la tercera noche al preguntarle su nombre y recibir una risita nerviosa por respuesta y él jamás pagaba por un servicio; era una cuestión de principios que no pensaba romper, ni siquiera por ella.

No les quedaba, por tanto, más que la sonrisa, el lenguaje internacional de las expresiones luminosas. En eso, se entendían perfectamente.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Relato 3 - El Caballero del Viento

EL CABALLERO DEL VIENTO, de Alberto Martínez Caliani

Conocí a Fred a principios de junio de 1964, pocos días después de que mi familia y yo nos mudáramos al rancho que mi padre compró al sudeste de Milwaukee, en Wisconsin. Yo estaba a punto de cumplir dieciséis años, y la perspectiva de una vida en el campo, con el pueblo más cercano a seis millas de casa, me infundía una sensación de eterno disgusto. Para colmo Maude, mi hermana de ocho años, estaba encantada con la bucólica vida a la que mi padre nos había abocado, convirtiéndose en el arma perfecta para reprender mi actitud. «Fíjate en Maude, Peter: ella nos lo pone todo más fácil. ¿Por qué no te esfuerzas por adaptarte?». ¡Cómo si aquello fuera fácil! Mi padre, más pragmático, veía la solución a medio plazo: «Déjalo ya, Marsha: pronto irá a la universidad y se convertirá en el típico chico de ciudad que se avergüenza de sus orígenes. Las cosas son así». Mi padre terminaba a menudo sus frases con esa coletilla: las cosas son así. Y aunque mi padre se expresara con la rudeza típica de un cowboy, en parte no le faltaba razón: yo deseaba salir de allí como fuera, aunque también es justo decir que jamás renegué de mis orígenes rurales y mucho menos me avergoncé de mi familia.

Aquellos primeros días en el rancho los pasaba holgazaneando, jugando con los perros o explorando los alrededores, hasta que una mañana me sobresaltó el rugido de un motor profanando el silencio del campo. Detrás de mí, volando casi a ras del suelo, apareció un viejo avión biplano que parecía sacado de un documental en celuloide rancio de la Primera Guerra Mundial. El piloto me vio, porque distinguí una mano enguantada saludándome al pasar por encima de mi cabeza. Fui lo suficientemente valiente como para no agacharme al paso de la ensordecedora máquina (si hubiera echado a correr, habría parecido una versión adolescente de Cary Grant en «Con la Muerte en los Talones») y para mantener la cabeza alta hasta comprobar cómo el aparato desaparecía detrás de una loma. Recuperado del susto inicial, perseguí al biplano a la carrera, coronando a los pocos minutos, entre jadeos, la cima del cerro.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Relato 2 - Duro animal de rodeo

DURO ANIMAL DE RODEO, de Jesús Gordillo

Mi padre era escocés y jamás probó un solo trago de whisky.

Pese a que siempre se sintió seducido por el aroma que desprendía su propia nación destilada, había tomado la determinación de combatir al mito hasta el final de su días. Tatuó en su cabeza, debajo de su cerebro, un mandamiento inquebrantable: Sucumbir al estereotipo es renunciar al control de tu destino.

Sólo escapando del tópico, despistando a lo evidente, conseguía sentirse conductor de ese maldito tren desbocado que era su vida cerca de las vías.

Pero al destino, duro animal de rodeo, no le gustaba que nadie le sujetase las riendas. Le castigaba despacio, con el don de la paciencia del que vive para siempre, disparándole rutinas de mil historias contadas.

Mi madre abrazó el último tren de la noche de manos del mejor amigo de mi padre, dejando unas letras de carmín descolorido en el espejo del baño. Y si él lloró por su ausencia, fue detrás de la derrota de haber perdido una batalla contra un cliché de novela. Borró el carmín en seguida, ingrediente clásico de mil desamores, y levantó la cabeza para esperar el próximo golpe. No hubo escena con navajas, ni cuerda en la viga del techo. Sólo un tinte en su retina y alguna arruga en el rostro. Derrumbarse habría sido derrota. Imposible.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Relato 1 - La marisma

LA MARISMA, de Juan González Mesa

La marisma es la zurrapa arrinconada de la bahía; sobrevive porque es quien primero se entera de la niebla, punteada de atracaderos muertos, cubiertos de algas y picoteados por las gaviotas. Todo aquí es el esqueleto de otra cosa, cadáver vivo, y la marea entra con una docilidad que no se puede encontrar ni en el acantilado ni en la playa. Nunca se verá una ola rompiendo en la marisma.

Ni siquiera en verano consigue secar sus brazos y barrigas retorcidas. Ni siquiera en invierno guarda la apariencia de algo frío.