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viernes, 18 de noviembre de 2011

Relato 2 - Duro animal de rodeo

DURO ANIMAL DE RODEO, de Jesús Gordillo

Mi padre era escocés y jamás probó un solo trago de whisky.

Pese a que siempre se sintió seducido por el aroma que desprendía su propia nación destilada, había tomado la determinación de combatir al mito hasta el final de su días. Tatuó en su cabeza, debajo de su cerebro, un mandamiento inquebrantable: Sucumbir al estereotipo es renunciar al control de tu destino.

Sólo escapando del tópico, despistando a lo evidente, conseguía sentirse conductor de ese maldito tren desbocado que era su vida cerca de las vías.

Pero al destino, duro animal de rodeo, no le gustaba que nadie le sujetase las riendas. Le castigaba despacio, con el don de la paciencia del que vive para siempre, disparándole rutinas de mil historias contadas.

Mi madre abrazó el último tren de la noche de manos del mejor amigo de mi padre, dejando unas letras de carmín descolorido en el espejo del baño. Y si él lloró por su ausencia, fue detrás de la derrota de haber perdido una batalla contra un cliché de novela. Borró el carmín en seguida, ingrediente clásico de mil desamores, y levantó la cabeza para esperar el próximo golpe. No hubo escena con navajas, ni cuerda en la viga del techo. Sólo un tinte en su retina y alguna arruga en el rostro. Derrumbarse habría sido derrota. Imposible.

Al poco, mi hermana voló de la casa, con tan solo quince años y un regalo en sus entrañas. Una mañana de abril, mes que quizá le robaron, encontramos su carta salpicada por el llanto en su mesilla de noche. Cada mancha de tinta corrida, con el salado olor de las lágrimas, insultaba a mi padre por ser un romance ejemplo de vida en los arrabales.

Y entonces compró la botella. Esbelta, reluciente, mentirosa, destilada, aromática, seductora, luminosa...

Atractiva. Whisky sin mezcla de grano, como manda el protocolo de las novelas baratas, donde neones morados atraviesan las persianas para teñir de tragedia voces en off del pasado. La colocó en una mesa alejada de la luna, para evitar que el licor descompusiera los rayos en un prisma de arco iris que prometiera tesoros o baldosas amarillas, y se sentó frente a ella como retándole a un duelo.

Ni un solo trago, y el sol llegó, delatando. La mañana con sus garras, que experta en estas cosas, devoró toda la magia con colorín colorado. Quedando sólo licor, en claro cristal de botella, como un genio derrotado que no concede deseos. Y apenas cantó la victoria, que es melodía recurrente.
Suerte que los escoceses nunca tuvimos fama de duros.

Entonces, una vez solos, cosechó en mi memoria su batalla contra el tópico. La fue sembrando despacio, para que creciera fuerte, y la regó cada noche con su propio mandamiento. Y me nombró testaferro de su teorema maldito, que absorbí de buena gana en mi amoral disciplina. Copié fuerte los renglones, quizá torcidos a veces, emborronando con tinta mi escala de infravalores.

Y un día sonó la campana que anunció el fin de la clase, con la lección aprendida y deberes para casa, despidiéndose el maestro y mis orejas de burro. Con el rango de buen padre, y maestro de la vida, debió decidir que el alumno ya estaba listo para el duro examen que sería toda una vida sin él, y un día cualquiera, de marzo que no es poesía, sorprendiendo a todo el mundo, murió. Sin suicidios, ni tumores. Ni escena de lecho de cama, de las de sombra de vela y de viejo testamento. Simplemente escogió un día soleado, para que ningún chaparrón convirtiese su entierro en cuadro pintado al óleo, y dejó de vivir.

Y me esforcé en no llorar, Lección Uno de su credo, tratando de no olvidar su dura noche de whisky. Sujetándome las lágrimas, ansiosas por dar el salto, y vistiendo un suéter a rayas impropio para un entierro, conseguí soportar el golpe ahogado en orgullo y pena.

También aprendí otra lección que el pobre no supo darme. Fue la tierra, devorando su ataúd de dos peniques, quien me susurró al oído que las batallas son sólo un entremés de la guerra. Y mi padre, pese a ser el mejor rival que jamás encontró el destino, no había logrado victoria. Al final de todo, descansó en paz. Tópico.

Pero no es valiente quien gana, sino quien lucha vencido.

Y así pasaron los años, que no entienden de estas cosas. O amaneció un nuevo día, que eso no hay quien lo remedie. Mientras yo, único heredero de una guerra sin sentido, me ocultaba del destino como mi padre quería. Esquivaba estereotipos. Lapidaba expectativas. Defraudaba a la rutina. Hasta que llegó aquella tarde, en la que no me quedó más remedio que jurar bandera blanca.

Una mujer. ¿Qué otra cosa?

Mi mente barajaba respuestas en un enloquecido ritmo de pulso de crupier, mientras las manecillas del reloj empujaban los segundos que contenían el aliento. La chica era realmente atractiva. Su mirada despreocupada no conseguía ocultar el hecho de que tras su sonrisa se escondía la impaciencia.

Sus “buenos días” habían abierto el habitual ritual social de la conversación, con lo que, conociendo las reglas del juego, no cabía duda de que era mi turno.

Buscaba las palabras desesperadamente, intentando evitar caer en viejos tópicos y clichés viciados en las viejas películas de cine negro. Otro segundo se dejó vencer por la incansable aguja, como último soldado que me impidiera perder la batalla de quedar como un auténtico idiota.

Entonces, decidí jugármela con un clásico, a sabiendas de que en realidad era lo más apropiado para una ocasión como aquella. Reuní toda la seguridad que conseguí, y las palabras formaron fila automáticamente a las puertas de mi boca.

—¡Al puto suelo! ¡Esto es un atraco!

Lo sé, todo un tópico.


EL AUTOR:

Jesús Gordillo (Badajoz, 1978). Tras toda una vida alejado del mundo académico, sin lograr ningún título con que decorar su sala de estar —junto al póster de Taxi Driver—, se reconcilia con las letras de una forma obscena y visceral a la edad de 27 años. Con más pasión que técnica, y seducido por la posibilidad de bucear en la mala vida, escribe un puñado de relatos decadentes, consiguiendo que algunos de ellos resulten premiados en concursos noveles y algún certámen de cierta importancia. Actualmente se encuentra decidiendo el destino de su primera novela finalizada: Mustang.

WEB:

http://www.relatos-espantapajaros.com/

5 comentarios:

  1. Tiene lo mejor que ha de tener un relato, un buen final, :)

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  2. Me gusta el chorro de humor que destila ese final descolocado, ajeno y extranjero, casi independiente. Vaya, que eres de los míos. En cuanto al resto, no sé si leo prosa o poesía, las letras danzan y las palabras se enlazan por la cintura en un sutil minué. Chico, no soy de relatos, pero me ha encantado!!!

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  3. ¿Es un poema con forma de prosa? O es que mi subconsciente me ha jugado una mala pasada? Lo he releído y las dos veces me ha pasado lo mismo.

    El final ... genial, inesperado y para dar rienda suelta a la imaginación...

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  4. Seco como el disparo que imaginas después del grito de «al puto suelo». Irónico como ese padre que murió un día de sol y atípico como el jersey a rayas en su entierro. Duro y seductor como el whisky que se queda sin beber. Felicidades.

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  5. Pura poesía. Lejos de mi estilo, pocos libros verás en mi estantería con una prosa tan poética. Y sin embargo, me ha gustado mucho. Invita a la reflexión. Te hace sonreir por momentos. Las palabras son tan hermosas que casi olvidas que la historia que cuentan es dura y algo triste. Lo mejor, el final.

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